La situación de Venezuela es compleja. Una oposición desarticulada, dividida y ensoberbecida cedió el espacio a la dictadura y jamás supo cómo hablarle a la población.
Hace apenas una semana se consumó una nueva tragedia en América Latina. En medio de un clima de intimidación, persecución política y polarización, el dictador Nicolás Maduro asumió la presidencia de Venezuela por tercera vez.
De poco sirvieron las condenas internacionales, la gira latinoamericana del excandidato presidencial Edmundo González y las arengas de la líder opositora María Corina Machado. Maduro se impuso por la vía de la fuerza tras un fraude electoral que no pudo ser más descarado.
Ahora, como ha ocurrido en otras ocasiones, Venezuela y su oposición están sumidas en la impotencia y la decepción, como señala un reportaje de Associated Press que recorrió las calles de Caracas para conocer la opinión de la ciudadanía.
En Venezuela varias veces han pasado de la euforia del cambio a la resignación y el trago amargo de ver cómo se desvanece otra esperanza para librarse por fin del yugo del chavismo. Ocurrió con Henrique Capriles (que terminó haciendo negocios con el régimen), Leopoldo López (autoexiliado en España) o Juan Guaidó (autoexiliado en Miami).
Respaldado por las Fuerzas Armadas Bolivarianas —que tras la usurpación de la presidencia venezolana se apresuraron a afirmar que las protestas sociales solamente pretendían empañar la investidura de Maduro— una revuelta pacífica está descartada, como también un levantamiento civil. Las opciones para derrocar al dictador aferrado al poder se cuentan con los dedos de una mano.
Irónicamente, el laberinto de la dictadura en Venezuela lamentablemente solo podrá resolverse mediante un golpe de Estado como el que orquestó Hugo Chávez en la década de los noventa, o una intervención militar por parte de Estados Unidos y países aliados, de acuerdo con analistas que advierten que mientras el Ejército esté del lado de Maduro habrá poco qué hacer.
Con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, el tablero político se moverá un poco, pues las duras sanciones económicas como las de 2019 ya están sobre la mesa. En su audiencia de confirmación como secretario de Estado ante el Senado de EU, Marco Rubio arremetió en contra de Venezuela y cuestionó que Chevron haga negocios con el régimen de Maduro, al cual calificó como una organización de narcotráfico que se empoderó del Estado nacional.
La situación de Venezuela es compleja. Una oposición desarticulada, dividida y ensoberbecida cedió el espacio a la dictadura y jamás supo cómo hablarle a la población antes de que emprendiera un éxodo que ya suma alrededor de 7 millones de personas fuera. El disenso es la norma de la democracia y, gracias a un aparato militar y policiaco, en la Venezuela de Maduro las voces opositoras se extinguen. Porque una oposición debilitada o aniquilada es el principio de manual para que cualquier dictadura se consolide.
Y es que en América Latina, el deterioro de la democracia es rampante ante el avance del autoritarismo, la criminalidad, la corrupción y la falta de independencia judicial, según el más reciente informe de la organización Human Rights Watch. Tiempos aciagos tocan a la puerta.